Puedo sentir esas mañanas de sábado encerrado en mi habitación escuchando la música a todo volumen, imaginando cómo quería que fuera mi vida, y esas noches bailando en cualquiera de los pubs de mi ciudad natal, vestido a mi manera, libre…
Puedo sentir todos los kilómetros recorridos con la guitarra a cuestas, acompañado por vosotros y por todos esos bártulos necesarios para llenar un escenario, y esas canciones que he escrito y que aún habitan en mi alma; las canto y las escucho a escondidas.
Puedo sentir cada mutilación, las emocionales y las físicas. Horas de espera en habitaciones que eran cárceles, la incomprensión de vivir algo que dolía y que jamás hubiera elegido, demasiado experto y demasiada ciencia para un ser que se siempre se ha salido de los márgenes.
Puedo sentir esa extraña sensación, ese amor que te seduce desde la infancia y te acompaña en cada episodio de eso a lo que llamamos vida.
Puedo sentir las incoherencias que me hacer ser coherente, ser yo mismo, tras haber recorrido un largo camino de búsqueda, en el que aún transito.
Puedo ver esa sonrisa y esa constante sensación de sentirme amado, sin importar el lugar ni las circunstancias.
Y toca el momento de desnudarse para encontrar lo que hay detrás de cada uno de esos trajes elegidos a veces y otras veces impuestos. Pero hoy alcanzo a verme a mí mismo un poco mejor sin importarme demasiado lo que está «bien» y lo que está «mal».
He aprendido a volar estrellándome en el viento, pero vuelo.
Puedo sentir…