No es fácil encontrase con uno mismo, no es fácil observarse de manera objetiva, sin juicio, pero se puede. Y en ese camino estoy intentando trazar el mapa de mi alma, mucho más complejo y a la vez más simple de lo que parece.
Simplificar para profundizar, vaciar para ver lo que queda, lo que realmente existe: “nada”. Ese nada que me define, que me sorprende, que me asusta e incluso espanta a veces. Un nada que compite con el “todo” que trato ser y que intenta llenar el vacío de un alma quebrada, aunque aún entera.
Los golpes han sido duros, frecuentes y repetidos. Las cicatrices demasiado extensas y reabiertas, marcas de un auto maltrato psicológico o falta de saber cuidarme, mimarme, escucharme a mí mismo.
Pero volviendo al mapa de mi alma, veo muchos caminos recorridos, posadas en las que he pasado tiempo, cumbres a las que he llegado, valles por los que he transitado y llanuras en las que he descansado. Veo también algún que otro laberinto en el que me vuelvo a meter de vez en cuando, quizás porque prefiera sentirme protegido entre sus muros, o porque necesite distraerme y hasta desorientarme con la esperanza de olvidar y encontrar una nueva salida que me lleve a cualquier otro lugar diferente, antes de seguir en el escenario presente de mí mismo. No lo sé, ni necesito saberlo. Sencillamente me detengo ante el mapa de mi alma y lo observo transversalmente pretendiendo incidir y decidir mi próxima ruta. Un mapa inacabado que puedo ir diseñando yo mismo según mis pasiones, creencias, obsesiones, valores, experiencia, aprendizajes y misión.
No ha pasado ningún tren el que hubiera querido montarme y no lo haya hecho; y si así fuera, esperaré a otros trenes que seguramente me vuelvan a dar la opción de ir, o mejor dicho, estar donde anhelo. Porque no sé muy bien lo que quiero, cuando me pongo metas y objetivos, éstos me confunden, acotan la infinitud del ser creativo que soy, creado para ser un alma libre, luz de luna, y hasta me atrevería a decir un espíritu al que le sobra continente y le falta espacio para vivir despacio. Por eso prefiero flotar, fluir, dejarme llevar por la corriente elegida y desconocida, sabiendo que la intuición me juega muchas menos malas pasadas que la razón, me la juego, porque la vida es un juego.
Alberto Rodrigo