Es tan difícil iniciar algo nuevo y convertirlo en un hábito o incluso en un estilo de vida, como lo es soltar, dejar ir, permitir que llegue la noche o el aparente final de algo que nos ha acompañado durante un largo periodo de tiempo. En ambos casos hay dolor, tanto en el parto como en la muerte.
Damos a luz y morimos varias veces a lo largo de nuestra vida, es parte del proceso natural del cambio, de lo que significa estar vivos. ¿Pero qué podemos hacer para que estos procesos no nos saquen de nuestro centro y nos produzcan dolor? ¿Es irremediablemente necesario el dolor en la vida? Quizás la clave esté en sostener las revoluciones internas y externas manteniendo nuestra esencia y cuidando el ser.
Cuando parece que todo se derrumba, que lo que parecía ser ya no es, lo que estaba ya no está, y sólo quedan las ruinas, las nuestras y las de los demás. Un escenario perfecto para pararse, observar, observarse y CREER que todo está bien, que todo estuvo bien y que todo estará bien. Porque lo que realmente importa no es la estructura ni la forma. Entonces el continente y el contenido se separan, tomando caminos diferentes, perdiéndose cada vez más en sus propios desiertos, huyendo de sí mismos e intentando buscar una identidad que les dé sentido.
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Jorge llevaba años rondándole la idea de tejer como lo hacía su mamá. La recuerda tejiendo bufandas, jerséis, colchas… haciendo verdaderas obras de arte con tan sólo dos varillas, lana, sus manos y una atención plena, mientras el resto de la familia estaba viendo la televisión, jugando, chinchándose o cenando tranquilamente.
Jorge intenta aprender a tejer mirando tutoriales por internet, pero le resulta imposible, necesita de unas manos amigas que le acompañen y que le enseñen a tejer, es decir, a unir en vez de dividir. Así que pide ayuda a Nieves, su querida amiga y vecina. Aunque ya no viven tan cerca físicamente, lo están. El espacio y el tiempo son fácilmente conquistados cuando hay cariño y ganas de compartir, de acercarse, de unir.
Suena el timbre y Jorge abre la puerta, ahí está Nieves. Se miran, se VEN y se abrazan. Ese es su ritual habitual cuando se produce el encuentro. Pero Nieves nunca viene sola, siempre trae algún detalle especial que elige con exclusivo mimo. Esta vez trae una planta y un bizcocho riquísimo bajo en azúcar que ha cocinado ella misma teniendo en cuenta la diabetes de Jorge. Regala vida: la planta. Regala dulzura: el bizcocho. Se regala a ella misma sin saberlo, compartiendo su experiencia y enseñándole a tejer a Jorge.
Jorge mira el ovillo de lana y sabe muy bien lo que a él le cuesta desenredar un cable, una cuerda o cualquier material lineal que se haya podido enredar…normalmente lo pone peor. Pero esta vez se trata de algo muy diferente y es unir puntos con orden, dedicación, atención. Se trata de construir en vez de derribar, de unir en vez de dividir, de crear y no de destruir, de abrigar, de acoger.
Y es que hace falta más que unas agujas y lana, algo importantísimo es el tiempo, la dedicación y la intención. La mamá de Jorge lo sabía bien, también la de Nieves, que fue su maestra en tejer y en otras muchas cosas.
Primera lección es el punto bobo, a Jorge le encanta el nombre de esa técnica, y es que siempre ha tenido un punto bobo, porque el humor, así como el amor, unen mucho, acercan a las personas en su diversidad y las contiene con en un mismo corazón, alma y espíritu.
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En una tarde de enero y tras tejer varias líneas, Jorge sonríe, agradece y hace una oración silenciosa convencido de que a pesar de que lo que más vea últimamente en la sociedad sea separación, polaridad, división y hasta discursos de odio, él, Nieves y muchas más, seguiremos tejiendo alas que nos permitan volar y que nos arropen, como lo hacen las aves con sus crías.
En una tarde de enero.
© Alberto Rodrigo.