Archivo de la categoría: Relatos Cortos

¿Canal, fuente o manantial?

Hace calor, es verano y aún quedan algunas horas para la puesta de sol.

Al que tiene sed…

Jorge lleva todo el día caminando, que es diferente a pasear, él lo sabe bien, porque cuando pasea, simplemente se entretiene, se distrae, se deja llevar por lo que siente o lo que le apetece, va sin rumbo fijo, sin una misión concreta. Pero hoy Jorge no pasea, camina. ¡Es tan diferente! Porque el camino trae consciencia, hay una dirección y un sentido, hay un propósito, una misión, y sobre todo un aprendizaje, hay vida.

Al que tiene sed…

Jorge lleva toda una vida caminando, se ha encontrado con diferentes intersecciones a lo largo del camino. Ha tenido que pararse, observar, conectar con la fuente, seguir su intuición, escuchar su corazón y elegir, sin más garantía de acertar, que la fe.

Al que tiene sed…

Lleva varias horas caminando, disfrutando del camino y sintiéndose en comunión con él. Pero ya nota como su cuerpo le pide buscar una fuente para beber. Lo ideal sería un manantial donde el agua salga de la roca, de las entrañas de la montaña, agua fresca, cristalina, pura, un agua de vida que no haya sido manipulada por el hombre.

Al que tiene sed…

Cuando bebe de esa agua, se nutre de tal manera que se siente canal por el que fluye el amor, la compasión, la entrega, la gracia, la gratitud, el servicio para los demás. Y no se siente agotado ni abusado, porque él es simplemente, canal. Y a la vez sueña con llegar a ser fuente de la que otros puedan beber. Es muy difícil ser canal, piensa, pero más difícil es ser fuente, se requiere mucha humildad y serenidad para ello. Para ser fuente, de alguna manera es necesario tener presente de manera profunda y constante de que sólo puede serlo cuando está conectado a una fuente mayor. Jorge piensa en todo esto a medida que va caminando en busca de un manantial o aunque sea, de una fuente.

Al que tiene sed…

Y a medida que el calor y el cansancio se intensifican hasta llegar al límite, Jorge se para y se da cuenta de que quizás no sea necesario buscar una fuente, que esa fuente le ha acompañado durante todo el camino y que siempre lo hará… al que tiene sed.

© Alberto Rodrigo. 10 febrero 2022

Mamá (maestra)

Finalmente decido volver, volver a casa, al hogar. Pero antes me paso a ver a mamá y hacemos algo que nunca habíamos hecho antes juntos: tejer. Es mágico, al  principio me tiemblan las manos al hacer algo que ella ha hecho de manera magistral durante toda su vida. Me impresiona ver que aún sabe tejer, que se acuerda y que lo sigue haciendo muy bien.

Después, en su cuaderno, dibujo un corazón, un sol y unas nubes, para que ella lo coloree. Parece una niña a sus casi noventa años, es hermosa, tiene luz en sus ojos, y cuando sonríe, es como si se limpiara el mundo. Su mirada no sólo me atraviesa, siento que también atraviesa todo aquello que sucede afuera y que nos distrae. Ve más allá de lo que mis ojos son capaces de ver, y eso hace que mi mirada también se limpie.

No oculta nada en ella, se deja ver, de repente se convierte en mi maestra del contacto visual que tanto me gusta hacer. Esa mirada a la vez contiene dolor, el dolor de toda una vida. El dolor de ser madre, de ser mujer, de haber sido esposa, el dolor del SER. Y es que no hay vida sin dolor. Huimos del dolor, y por lo tanto huimos del ser. Un dolor en su justa medida para hacernos renacer, sentir, creer, crecer, VIVIR.

Y esa sonrisa tierna, infantil y pícara que mamá regala ante cualquier comentario gracioso, o cuando me pongo a hacer tonterías y me observa mientras bailo, canto, salto o hago el bobo. Su sonrisa no tiene precio, no puede tenerlo, porque nada hay tan maravilloso y que me haga tener tanta fe, como es ver la sonrisa de MAMÁ, con mayúsculas.

Y ahora, sentadita en tu sillón junto a la ventana y con mucha dificultad de movimiento, te recuerdo moviéndote por toda la casa sin parar de acá para allá. Limpiando, ordenando, organizando, cocinando, para dejar todo listo antes de ir a trabajar. Maestra, sí, esa era tu profesión y sigue siéndolo, porque sigues enseñándome cosas. Maestra de infantil, ¡qué curioso! Ahora entiendo la importancia de ser como niños para entender lo que significa VIVIR.

Con cierta dificultad, pero con alegría y dedicación, coloreas las tres figuras que he dibujado en tu cuaderno.

¿De qué color pintamos el corazón, mamá? – ¡Pues de rojo!- contesta ella.¿Y el sol? -¡Amarillo!-, afirma.

Le señalo las nubes, le cuesta más contestar de qué color hay que pintarlas. Se queda pensativa y por un momento pienso que su demora en responder no tiene tanto que ver con que no reconozca el objeto que es, (dibujo muy mal), más bien creo que se detiene a pensar en las nubes que ha soportado a lo largo de su vida, en las sombras.

-¡Azul!- dice casi gritando. Debería de ser blanco, pero mamá siempre ha sabido ver más allá de las nubes y ver el azul del cielo iluminado por el sol. Así que pinta las nubes de azul.

Cuando la observo con admiración coloreando esos tres objetos, pienso en la fórmula de la vida: Amar (corazón), es decir, iluminar (sol) nuestro dolor y nuestras sombras (nubes), para llegar a ser aquello a lo que hemos sido llamados y creados.

Antes de marcharme la beso tierna y repetidamente. Le miro de frente, fascinado por su presencia, por su elegancia, su dignidad, su fortaleza, su vulnerabilidad, su alegría y su serenidad. Y me doy cuenta de que no existen las palabras que puedan expresar todo lo que piensa y quiere decir. Es por eso que se las inventa y pronuncia eso que los médicos llaman ecolalias. Así que sólo dices lo que tienes claro y es muy evidente para ti.

Mamá, ¿cómo se llama el tipo de punto que hemos tejido? – ¡Punto bobo! Contesta ella. Y no es que me esté llamando bobo a mí, es que el punto se llama así.

¿Quién te quiere, mamá? – ¿pues tú! – dice en voz alta y riéndose.

Al despedirme me dice – ¿No te importa que no te acompañe a la puerta verdad? – ¡claro que no, te quiero mamá! (para ella levantarse de su sillón y caminar hasta la puerta sería como subir al Everest, y a veces lo hace).

Existe la puerta hacia la vida. Cuando salí de ti no sabía a dónde venía ni para qué coño (nunca mejor dicho) llegaba a este mundo con tu dolor y mi llanto. Pero ahora lo he entendido, creo que estoy aquí para amar, para alumbrar mis sombras y las de otros, para tejer, crear lazos, para unir, reunir, ser comunidad. También para atravesar el dolor con fe y esperanza.

© Carolina (Alberto Rodrigo). 4 febrero 2022

En una tarde de enero

Es tan difícil iniciar algo nuevo y convertirlo en un hábito o incluso en un estilo de vida, como lo es soltar, dejar ir, permitir que llegue la noche o el aparente final de algo que nos ha acompañado durante un largo periodo de tiempo. En ambos casos hay dolor, tanto en el parto como en la muerte.

Damos a luz y morimos varias veces a lo largo de nuestra vida, es parte del proceso natural del cambio, de lo que significa estar vivos. ¿Pero qué podemos hacer para que estos procesos no nos saquen de nuestro centro y nos produzcan dolor? ¿Es irremediablemente necesario el dolor en la vida? Quizás la clave esté en sostener las revoluciones internas y externas manteniendo nuestra esencia y cuidando el ser.

Cuando parece que todo se derrumba, que lo que parecía ser ya no es, lo que estaba ya no está, y sólo quedan las ruinas, las nuestras y las de los demás. Un escenario perfecto para pararse, observar, observarse y CREER que todo está bien, que todo estuvo bien y que todo estará bien. Porque lo que realmente importa no es la estructura ni la forma. Entonces  el continente y el contenido se separan, tomando caminos diferentes, perdiéndose cada vez más en sus propios desiertos, huyendo de sí mismos e intentando buscar una identidad que les dé sentido.

Jorge llevaba años rondándole la idea de tejer como lo hacía su mamá. La recuerda tejiendo bufandas, jerséis, colchas… haciendo verdaderas obras de arte con tan sólo dos varillas, lana, sus manos y una atención plena, mientras el resto de la familia estaba viendo la televisión, jugando, chinchándose o cenando tranquilamente.

Jorge intenta aprender a tejer mirando tutoriales por internet, pero le resulta imposible, necesita de unas manos amigas que le acompañen y que le enseñen a tejer, es decir, a unir en vez de dividir. Así que pide ayuda a Nieves, su querida amiga y vecina. Aunque ya no viven tan cerca físicamente, lo están. El espacio y el tiempo son fácilmente conquistados cuando hay cariño y ganas de compartir, de acercarse, de unir.

Suena el timbre y Jorge abre la puerta, ahí está Nieves. Se miran, se VEN y se abrazan. Ese es su ritual habitual cuando se produce el encuentro. Pero Nieves nunca viene sola, siempre trae algún detalle especial que elige con exclusivo mimo. Esta vez trae una planta y un bizcocho riquísimo bajo en azúcar que ha cocinado ella misma teniendo en cuenta la diabetes de Jorge. Regala vida: la planta. Regala dulzura: el bizcocho. Se regala a ella misma sin saberlo, compartiendo su experiencia y enseñándole a tejer a Jorge.

Jorge mira el ovillo de lana y sabe muy bien lo que a él le cuesta desenredar un cable, una cuerda o cualquier material lineal que se haya podido enredar…normalmente lo pone peor. Pero esta vez se trata de algo muy diferente y es unir puntos con orden, dedicación, atención. Se trata de construir en vez de derribar, de unir en vez de dividir, de crear y no de destruir, de abrigar, de acoger.

Y es que hace falta más que unas agujas y lana, algo importantísimo es el tiempo, la dedicación y la intención. La mamá de Jorge lo sabía bien, también la de Nieves, que fue su maestra en tejer y en otras muchas cosas.

Primera lección es el punto bobo, a Jorge le encanta el nombre de esa técnica, y es que siempre ha tenido un punto bobo, porque el humor, así como el amor, unen mucho, acercan a las personas en su diversidad y las contiene con en un mismo corazón, alma y espíritu.

En una tarde de enero y tras tejer varias líneas, Jorge sonríe, agradece y hace una oración silenciosa convencido de que a pesar de que lo que más vea últimamente en la sociedad sea separación, polaridad, división y hasta discursos de odio, él, Nieves y muchas más, seguiremos tejiendo alas que nos permitan volar y que nos arropen, como lo hacen las aves con sus crías.

En una tarde de enero.

© Alberto Rodrigo.

trece (relato)

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Jorge sube por las escaleras automáticas del aeropuerto de Madrid Barajas, un aeropuerto prácticamente vacío a esas horas, es medianoche y está esperando a embarcar en un vuelo para México DF. Extraño domingo. Horas antes se encontraba cantando en el altar de una iglesia en un lugar algo remoto de una Cantabria especialmente gris y lluviosa, lo normal para un trece de diciembre. Su mejor amigo le había pedido cantar en el bautizo de su primer bebé, la canción “Me abandono a ti”. Curioso título para enmarcar lo que está a punto de vivir, un abandono en todos los sentidos de la palabra.

Nada más terminar la misa y tras picar lo que le da tiempo, conduce hacia el aeropuerto de Santander acompañado de sus dos compañeros de camino, un trío destinado a romperse en pedazos, tantos pedazos como los que han quedado en el corazón roto de Jorge. Más que una despedida, es un abandono inconsciente. Pero Jorge es consciente de que algo está muriendo, lo que no sabe es que es la puerta para un nacimiento que en esos momentos es incapaz de imaginar.

No quiere hacer el viaje, un vuelo largo, un viaje solo hacia una gran mentira que le servirá para descubrir una gran verdad. Se siente estafado por adelantado y enfadado consigo mismo por no tener el valor de romper la tarjeta de embarque, mandar todo a tomar por culo y quedarse en Madrid. Parece que la ciudad escucha su deseo, pues años más tarde esa ciudad adopta, acoge y casi adora a un Jorge completamente reinventado…

Duerme durante todo el vuelo ayudado por un Miolastán y todas las cervezas que ha ido pidiendo más un vino tinto Cune, líquidos para ahogar y teñir un alma agotada, un corazón machacado, una pasión mutilada y unos sentimientos imposibles de interpretar. -Duerme Jorge, duerme, vuela Jorge, vuela-.

Aterriza en un país en el que ya había estado antes para dar conciertos, pero esta vez no viene a cantar, viene a contar y sobre todo a escuchar y observar lo que los “expertos” tienen que decir sobre algo de lo que no tienen idea alguna, aunque logren convocar a más de mil personas para hablar del tema. Jorge lo sabe, su intuición no le falla, antes de iniciar este viaje algo le decía insistentemente que no tenía que hacerlo. -¿Por qué no te escuchas Jorge? No te preocupes, en un par de años empezarás un máster sobre cómo escuchar no sólo a tu corazón, sino a tu alma y a tu cuerpo.-

Siempre ha sido buen observador y con una capacidad innata para discernir intenciones, ver más allá de lo visible y escuchar más allá de lo audible. Ahora sí que sí, se acabó la función. -Piensa y determina Jorge.-

A la mañana siguiente pasea por el Paseo de la Reforma una de las avenidas principales de México DF camino al barrio de la zona rosa. Se da cuenta de que se ha quedado sin crédito, todas sus tarjetas se han borrado a causa del imán que cierra el bolso en el que lleva la cartera. ¿Y ahora que hago? Jorge siempre se crece ante la adversidad, por lo que tras algunas llamadas, visita a un par de bancos, su carita de bueno y su poder de convicción, consigue el dinero necesario para anestesiar los días que le quedan en esa, hoy más que nunca, extraña y peligrosa ciudad. Pero Jorge nunca tiene miedo cuando se debería tener, sólo lo tiene cuando no conecta con el amor, y a pesar de todo lo que está viviendo, se siente muy amado y como si estuviera sobre algodones rosas.

Lleva ya más de cuatro años viajando en tren de Torrelavega a Madrid, no sabe muy bien si vive en el lugar de origen o en el de destino, porque cuando se trata de la vida, ésta tiene mucho más que ver que con el lugar en el que uno está empadronado y tiene su cepillo de dientes. Pero lo importante es que vive, no sobrevive, vive… ¡y cómo vive!

Suele coger el tren de las siete y veintinueve de la mañana que sale de Torrelavega sin estar muy seguro de si va o vuelve. Lo primero que hace es dormir con los auriculares bluetooth puestos escuchando a todo volumen sus canciones favoritas en Spotify. Cuando despierta se mide la glucosa y va al vagón-cafetería para regalar una sonrisa al personal y regalarse un café con leche mientras contempla el paisaje a través de la ventana. No importa si hace sol, llueve, nieva o está cubierto de niebla, Jorge a menudo se emociona ante las vistas, la conexión que siente con Dios y el profundo sentimiento de gratitud que le invade.

Justamente un mes más tarde de ese primer trece de diciembre llega otro trece, el de enero, día en el que conoce a Nahi , el amor de su vida.

Han pasado trece años desde aquel primer trece de diciembre y hoy, que también es trece de diciembre. Jorge no cree en las casualidades y crea las causalidades. Se encuentra regresando de Madrid y al tomar su café y ver la niebla de los campos castellanos se le empañan sus ojos, no es tristeza, es alegría, paz, amor y gratitud.

Hay números aliados que marcan nuestras vidas, también hay colores, lugares, personas, canciones que lo hacen, sólo es necesario observar y creer. Por eso Jorge cree que lo que V1V3 cada día es un auténtico milagro.

© Alberto Rodrigo 2018